Mi abuela tenía sus manías con los temas del comer. Entre ellas estaba esa costumbre suya de acumular litros y litros de aceite, y kilos y kilos de azúcar. Cuando empezaba el verano y la lista de hijos, hijas, nietas y nietos empezábamos a desfilar por la casa del pueblo, podíamos dar por seguro que de esos 2 ingredientes básicos no nos iba a faltar. Pensé que tal vez esa preocupación suya tan concreta era fruto de haber vivido la escasez de una guerra y una postguerra. Podría ser. Pero mi abuela era alguien muy particular, así que igualmente podría deberse a una manía sin más.

Otra de las cosas que le caracterizaba era su fidelidad a determinadas marcas. Ya podía ser más cara la leche de La Asturiana que cualquier otra en las estanterías del supermercado, que aquella era la que ella quería sobre la mesa para desayunar y migar su pan. Sobre este tema de las marcas había otro producto que tampoco tenía discusión en su cocina, y era el chocolate de hacer. Toda la vida recuerdo apiladas en aquella alacena maravillosa de su habitación las tabletas envueltas en papel amarillo de la  «Viuda de Casimiro Diez. Desde 1903«.

Las tardes de frisuelos con chocolate eran una mezcla del aroma del chocolate derritiéndose en la cazuela junto al chisporroteo de la fritura de los frisuelos con las voces de las nietas y los nietos que tratábamos de ser elegidos para verter la masa en la sartén. Esa bomba de calorías era una fiesta para nuestros sentidos infantiles en aquellos veranos de la montaña.

La viuda siempre fue un título hecho palabras que resonaba junto a aquel rugir de tripas que se desataba cada vez que la abuela proponía un plan chocolatero o que empezábamos a oler el aroma de su puesta en marcha. Lo cierto es que nunca tuvo rostro en mi cabeza aquella viuda, solo olor a chocolate. Hasta ahora.

Mi tía Mari Carmen me regaló el pasado otoño un libro maravilloso titulado «Leonesas y pioneras» del periodista leonés Fulgencio Fernández. En él recoge las historias de distintas mujeres que, siempre con un hilo que las une a un lugar de la provincia de León, es un recorrido por la valentía de distintas generaciones que lucharon por ver cumplidos sus sueños, que defendieron con su trabajo el porvenir de sus familias rebelándose a las convenciones del momento y cuyas historias pocas veces han sido contadas. Hasta ahora.

Entre las narraciones de ese libro cuya segunda parte ha llegado estas navidades a mis manos, había una donde apareció el chocolate. Y aunque bien podría ser la historia de la propia viuda de Casimiro Diez, esa mujer sigue siendo de momento un nombre en un envoltorio y un olor a chocolate de hacer. Sin embargo esas pastillas están ligadas a la historia de Pilar Viñuela. Esta mujer que nació en León en 1907 se trasladó en su juventud a Madrid y estudió en la Institución Libre de Enseñanza. Vivió en la Residencia de Señoritas donde compartió tiempo y años con otras mujeres que a todos les sonarán más como María Zambrano o Maruja Mallo. En esos años ingresó en la Facultad de Medicina siendo la única mujer en sus clases y acabó especializándose y obteniendo uno de los primeros títulos en Odontología del país.

Ejerció en León junto a su marido, también odontólogo, y se hizo cargo por completo de la consulta durante los años de la guerra en que su marido fue detenido y encarcelado. Además, durante los años 50 Pilar tuvo que ocuparse de la gestión y la administración de la empresa de su tío cuando él enfermó. Y fue así como se convirtió en la presidenta de una de las fábricas más importantes de la provincia leonesa en aquellos tiempos: Viuda de Casimiro Diez.

En este artículo del Diario de León donde se habla de Pilar aparece la imagen de una carta que su tío Vicente Tascón envió a la Residencia de Señoritas acordando la estancia de su sobrina en ella hasta que pudiese examinarse. El papel en el que están escritas estas líneas muestra el membrete de la fábrica de chocolate. Y me pregunto si doña María de Maeztu percibió al abrir aquella carta un aroma a chocolate, el mismo que a mi me sigue recordando las tardes con mi abuela.

Nunca imaginé de pequeña que el chocolate uniría tantas historias de mujeres, pero ahí están: Pilar, la abuela Patricia, mis tías (que siguen comprando este chocolate), mis primas y yo (que seguimos comiéndonoslo).

«Leonesas y pioneras» y «Leonesas y pioneras (II)«, escritos ambos por Fulgencio Fernández, han sido editados por La Nueva Crónica de León. Os recomieno disfrutar de su lectura y de la vida y hazañas de tantas mujeres valientes y maravillosas.

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