“Me falta un tornillo” solía ser la confesión más habitual frente al mostrador. La alegre dependienta buscaba entre los compartimentos aquel del grosor y longitud que el cliente necesitaba. Una vez localizado solía ayudar en la colocación del mismo. La clientela salía de la ferretería con la reparación hecha y con la eterna sensación de que algo más se les olvidaba.

Cuando llegaban las ocho de la tarde la dependienta bajaba las cortinas de los expositores, cerraba la puerta con llave y se metía en la trastienda. Allí comprobaba que todos sus tornillos estaban bien ajustados y programaba el encendido automático para las ocho de la mañana. Después se sentaba en la silla de respaldo alto, conectaba el cargador en su costado y apretaba el botón de off en la pantalla de su unidad. Automáticamente caía en un letargo de 12 horas hasta las ocho de la mañana siguiente en que su equipo se volvía a reiniciar y un nuevo día en la ferretería para androides comenzaba a despuntar. 

[Para Camino, que siempre está dispuesta a buscar el tornillo que haga falta para que cada «chisme» y «cacharro» vuelva a funcionar]

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