Crecimos juntos en aquel claro del bosque. Luchamos contra los corzos hambrientos, las nevadas y los vientos. Pero frente al filo del hacha aquella mañana no hubo quien pudiera escapar. Nos atravesó bien abajo, venció el tronco, las ramas se fracturaron en la caída sin remedio. Pasamos de mirar el cielo a sentir el suelo en un instante. Luego llegó ese ruido atronador que ahuyentó a los pájaros y el dolor de la motosierra diseccionándonos. Nos dividimos amputados dejando a la vista lo más profundo del paso del tiempo. Nos amontonaron en aquel carro que atravesó el bosque hasta llegar al pueblo. Fuimos distribuídos y separados sin remedio. Mi tronco con su rama, jamás volví a sentir mis raíces. Me colocaron corteza con corteza, sin apenas espacio de separación. Ya no hay cielo al que despuntar. Solo queda esperar que llegue el momento de arder y entonces poder regresar. Cenizas a la tierra volverán…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *