Cada tarde nos sentábamos y dábamos la bienvenida a la azotea a los extraños que aparecían sin avisar. Distintos idiomas, distintas alturas, distintos colores. A todos les sonreíamos y les decíamos lo mismo, «Adelante, pasa«. Y les indicábamos por señas que se acercasen a la barandilla y admirasen los tejados. «Eso es Legazpi, yo nací allí«, decía orgullosa mi madre. Algunos comentaban o preguntaban, otros sonreían (porque simplemente no hablábamos el mismo idioma), los menos nos ignoraban o se alejaban temorosos y se marchaban de la azotea. «Mamá, se van…» decía yo apenado entonces siguiéndoles con la mirada. «No pasa nada, vendrán otros«, respondía ella.

Cuando dos décadas después me compré la casa con terraza, me sentaba por las tardes esperando las visitas, pero no llegaban. Decidí venderla. Con lo que saqué me mudé a un bajo, de esos tipo loft, y cada tarde con un carrito lleno de termos con café cruzaba la calle, subía a la terraza de La Casa Encendida y recibía a las visitas con una sonrisa y un «Adelante, pasa… ¿un café?«…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *