La norma cambió un día, sin previo aviso. Se anunció por los altavoces que inundaban las calles desde que el recién estrenado Gobierno había tomado posesión. Se informó de la creación del nuevo Ministerio y de la instalación de los reguladores de tránsito.
Nadie podría atravesar una calzada sin cumplir con la norma que marcaban las pantallas de los reguladores. Desde aquel día quedaba terminantemente prohibido atravesar una calzada en solitario. En caso de ser visto incumpliendo esta ley habría una sanción.
Tal como marcaban los nuevos reguladores de tránsito, era necesario formar un grupo mínimo de 2 personas adultas y cogerse de la mano antes de cruzar.
Al comienzo la ciudadanía estaba muy enfadada. Algunas personas se resistían a cumplir con la norma y eran multadas ante su osado intento de cruzar en solitario. Otras acababan murmurando maldiciones mientras esperaban en una esquina a que otra persona tuviese la necesidad de cruzar también y seguir su misma ruta. Los había que incluso habían intentado desconectar los reguladores de tránsito, pero al ser descubiertos habían tenido que pagar una sanción aún mayor que la que suponía cruzar en solitario.
Incluso las personas que, ya por costumbre ya por convicción o lealtad a la autoridad, intentaban cumplir con la nueva normativa, tampoco lo tenían fácil. Algunas daban vueltas y más vueltas a la manzana, como si estuvieran en un isla rodeada de tiburones, tratando de coincidir en una esquina con otra persona que también desease cruzar. A veces lo conseguían, para darse cuenta de inmediato de que este cruce que acababan de realizar les alejaba una manzana más de su destino, y que debían volver a dar vueltas en busca de alguien con quien regresar al cruce anterior.
Un pequeño caos inundó la ciudad durante unos días. Las personas llegaban tarde a sus citas, a sus trabajos, a sus casas… Algunos debieron pedir a familiares y amigos que les dejasen pasar una noche en su sofá porque estaban agotados de tanto dar vueltas y vueltas sin encontrar la manera de cruzar hasta sus propias casas. Se dieron casos en los que incluso se llegaba a pernoctar en casa de alguna persona desconocida que, habiéndose visto en las mismas circunstancias, ofrecía un sitio a quien después de horas, seguía atrapado en la misma manzana sin poder avanzar.
Una mañana Hugo y su madre esperaban en una esquina sin éxito a que apareciese alguien que quisiera cruzar hacia el sur. Nadie parecía seguir su rumbo y avanzaban con rapidez tratando de no mirarles a los ojos. De repente apareció un señor corriendo y arrastrando una maleta. Llegó a la esquina justo cuando el regulador de tránsito se ponía verde y, sin dejar de correr, cogió de la mano a la madre de Hugo y cruzó a toda prisa al otro lado con el tiempo justo de que el regulador volviese a su color rojo.
Desde la otra esquina, la madre de Hugo no podía creer lo que había pasado. El hombre la soltó en cuanto llegó al otro lado de la calzada y continuó corriendo con su maleta. Ella sin embargo se quedó clavada, mirando a Hugo allí parado, al otro lado. La rapidez del gesto de aquel hombre la pilló tan de sorpresa que no pudo reaccionar a tiempo. Se planteó cruzar de nuevo ella sola al otro lado, pero justo entonces aparecieron junto a Hugo otra mujer con una niña. No se pararon en la esquina, la mujer pasó de largo mientras la pequeña trataba de seguirle el paso a pequeños saltitos. Pero la niña vio a Hugo, solo y con aspecto de estar a punto de empezar a llorar, y tiró de la mano de su madre para hacerla frenar. Le dijo algo, señaló a Hugo y a su madre al otro lado de la calzada. Su madre le respondió algo mientras movía con gesto de negación y señalaba hacia la siguiente esquina. Entonces la niña se soltó, cogió a Hugo de la mano y echó a correr con él hacia el otro lado de la calle.
Hugo abrazó a su madre, que sonreía con cara de alivio, mientras al otro lado de la calle el gesto de la otra mujer denotaba preocupación y enfado.
Otra pareja que estaba cerca y vio lo sucedido, se acercó al grupo y se ofreció a cruzar con la niña al otro lado para que pudiese reunirse con su madre. «Damos un poco de vuelta, pero también podemos ir por aquí hacia nuestra casa, no nos importa cruzar con ella».
Hugo y su madre abrazaron a la niña que, muy sonriente, se cogió de la mano de aquella pareja y regresó junto a su madre.
Desde aquel día se repitieron cada vez más episodios similares a este, y cruzar se convirtió en una tarea mucho más sencilla gracias a la ayuda de otras personas que, a su vez, eran recompensadas con el mismo gesto.
Unos meses después el equipo ministerial revisaba el impacto de aquella normativa. Las relaciones personales de aquellos que ya se conocían entre sí habían mejorado. Muchos habían pernoctado en casas de familiares y amigos a los que hacía tiempo que no veían, y un gran número de personas había tenido la oportunidad de crear nuevas amistades después de haber sido acogidos en un hogar desconocido una noche de emergencia. Se conocía del surgimiento de nuevas relaciones sentimentales y se tenía constancia de un aumento del nivel de felicidad entre la población consultada telefónicamente con una encuesta de satisfacción gracias al incremento de tiempo destinado a conversar en cada esquina.
Todo el equipo del Ministerio de la Pasión y la Empatía se felicitó por el éxito conseguido y salieron de la sala de reuniones cogidos de la mano. Cada cual tendría que buscar ahora una pareja de adultos que les ayudase a volver a casa, pero confiaban en que sería tarea fácil…