Por las mañanas veía a los niños jugar. Saltaban a la comba a través de una de las ventanas y lanzaban el balón si mirabas por la otra. Por la tarde todo cambiaba, y había coches y señoras que volvían del mercado con sus bolsas. El fin de semana en cambio, disfrutaba de la naturaleza observando el río que discurría entre las rocas o paseando en algún campo lleno de amapolas rojas. Al llegar la noche daba igual el día, porque para esas horas oscuras solo tenía una opción. Colocaba con cuidado sobre cada ventana una de las láminas; y ahí estaban, la osa mayor en una, la luna llena en la otra. Ya llegaría de nuevo la mañana y con ella las niñas a la comba y los niños al balón, cada cual en su ventana…
[Me encontré estas ventanas en la entrada del Centro de Artes de Vanguardia La Neomudéjar, un espacio que abre ventanas al arte y a miles de miradas hacia el pasado, el presente y el futuro.]