Maria_CimadevillaVengo acompañada del «érase una vez» desde que recuerdo. Y a estas alturas de la vida se han acumulado tantas que ya son infinitas.

Allá donde voy, veo historias. Las oigo. Las siento. Las imagino. Muchas y muy buenas. Propias y ajenas. La mayoría son regalos desinterados que alguien que no conozco, y que probablemente no vuelva a ver, me regala en un breve instante de coincidencia en la calle, en un autobús, una sala de espera o cualquier lugar donde tengas la oportunidad de observar. Solo es cuestión de escuchar, de ver, de dejarse llevar.

Los niños y las niñas son los mejores proveedores de historias. Su mente es más libre y más poderosa. Su imaginación crece al ritmo de su altura (hasta determinada medida) y como aún no sienten las trabas de la lógica no se bloquean demasiado entre lo que puede o no puede ser. Por eso trato de tener los ojos y los oídos bien abiertos cuando estoy con ellos. E intento por todos los medios estar a la altura de su creatividad, seguir el ritmo y ser parte de sus historias.

Me gusta contar y me gusta que me cuenten. Sigo teniendo bien guardados en mi mente los relatos que me contaban mis abuelas cuando aún podían sentarme sobre sus rodillas. Me acomodo con gusto cuando alguien me ofrece su historia. No hay acto de mayor generosidad que cederte una historia.

No creo que sea necesario ponerle un título a esto de contar historias, lo hacemos continuamente. Sin contar no es posible entender, no es posible relacionarse, conocer… Sin contar no es posible vivir. Y lo que no se cuenta, no existe.

Érase infinitas veces… tantas como historias podemos contar.

María

 

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