El del 50.554 recibía puntualmente cada 5 de mes su fascículo coleccionable de «Tanques de la Segunda Guerra Mundial«. Se deleitaba con su ritual. Meter la llave, abrir el apartado, sacar el fascículo retractilado, cerrar de nuevo, girar la llave, salir de la oficina tratando de esconderlo de la mirada curiosa de Juanjo, el funcionario de correos del turno de mañana situado en el mostrador 5, justo enfrente de su casillero.

Juanjo sabía perfectamente que ese día, 5 de mes, vendría no solo el hombre del 50.554, también lo haría la joven del 50.564.

Ese día se retrasó. El autobús se estropeó justo en Atocha y tuvo que recorrer a pie la distancia hasta el Palacio de Correos en Cibeles. Pero no le importaba, porque allí estaría esperándola. Abrió el 50.564 con su llave y se la encontró allí tumbada y en medio de un orgasmo. Porque eso decía el rostro de la mujer de la portada de ese nuevo número de «Vindicación feminista«. Este número lo esperaba como agua de mayo para leer la encuesta de sexualidad femenina que venía acompañada de ese «El placer es mío, caballero», que le provocó una sonrisa. Salió tratando de esconder la revista bajo su abrigo para ocultarla de la mirada curiosa de Juanjo que, como siempre, la miraba atento y sin disimulo.

El 5 del mes siguiente Juanjo no estaba en el mostrador. Tanto estirar el cuello le provocó un tirón en la espalda y el médico le recomendó reposo y cama durante unos días. Lo sustituía Marga, funcionaria recién salida del horno y pelín despistada. Ella se encargó esa mañana bien temprano de repartir el correo de los apartados. Sin las gafas que se había olvidado en casa no era fácil distinguir tanto numerito pequeño, pero se dio toda la prisa que pudo en acabar antes de que la oficina abriera al público. Después continuó tratando de aclarase con los códigos, los sellos, los contrareembolsos y los certificados. Por eso no percibió la cara de sorpresa del hombre del 50.554 que se giró y miró a ambos lados mientras volvía de nuevo a la portada de lo que acababa de sacar de su apartado. Sin embargo, cerró de nuevo y salió tratando de esconder algo bajo su abrigo. De nadie en realidad, porque bastante tenía Marga con lo suyo como para fijarse en él.

Al poco rato una joven llegó directa hacia otro de los casilleros, lo abrió y repitió el gesto de asombro del usuario del 50.554. Al instante se acercó al mostrador y se dirigió a Marga.

– «Disculpe, tengo el 50.564 pero creo que ha habido un error» – le decía mientras le enseñaba a Marga una especie de revista en cuya portada se leía Tanques de la Segunda Guerra Mundial. Fascículo 27.

A dos manzanas de allí un hombre tomaba en ese instante un café con churros en la mesa más apartada de una cafetería poco frecuentada a esas horas. Encima de la mesa,  una revista abierta por la mitad donde destacaba el titular «Las Lesbiana, ¿son mujeres como las demás?».

 

 

 

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